viernes, 2 de octubre de 2015

MAHATMA GANDHI. Un legado para el siglo XXI



Autor: Artur Domingo I Barnils

“Las generaciones venideras apenas creerán que un hombre así, de carne y hueso, anduvo sobre la tierra” (Albert Einstein).
Gandhi se convirtió en un líder moral para su país, pero también fue un líder político muy inteligente y astuto. Su llegada a la India después de su estadía en Sudáfrica,  revolucionó la vida política en el subcontinente.

En 1930 organizó una de las campañas de desobediencia civil más brillantes y de mayor impacto mundial en la época: la marcha de la sal. Se trataba de desobedecer el monopolio sobre el comercio de este producto básico, en manos del Gobierno británico en la India, tomando él mismo y sus seguidores un puñado de sal del océano Índico y llamando a la población a realizar la misma acción, tras recorrer más de tres cientos quilómetros en veinticuatro días, desde su Ashram en Ahmedabad hasta la localidad costera de Dandi, en el Gujarat. 

Esta campaña, que comportó de nuevo una gran represión por parte de las autoridades, dejó claro que la única salida sería la independencia de la India, pero los británicos no cederían fácilmente. Gandhi asistió un año después, en Londres, a la Segunda Conferencia de la mesa Redonda y se llevó una gran decepción al observar la intención descarada de los ingleses de dividir políticamente a los indios, basándose en las diferencias entre las diferentes castas, religiones y los Principados, regidos por los Maharajás. Gandhi dedicó gran parte de sus esfuerzos de esos años, hasta la independencia, a luchar contra estas divisiones y las lacras que manchaban la sociedad india, en especial la de la intocabilidad, la pobreza y los conflictos intercomunitarios.

Pero la particularidad de Gandhi como dirigente político es que él no disociaba la ética de cualquier actividad social y humana, ya fuera la política o la economía. En octubre de 1921 escribía en Young India: “He de confesar que no hago una distinción taxativa, ni de cualquier otro tipo, entre economía y ética”. Consecuentemente creía que un político o líder social debía ser una persona honesta y coherente entre lo que propugnaba y la forma como vivía, capaz de predicar con el ejemplo.

Se conoce de Gandhi su defensa de la no violencia, pero como él mismo escribió: “la no violencia no es cobardía” y no exime de oponerse a toda injusticia social o legal. Por esa razón fue un defensor y practicante de la desobediencia civil, que había conocido a través de Thoureau, Tolstói y algunos otros ejemplos, como el movimiento sufragista. Hay que remarcar que su no violencia no era superficial y solamente referida al uso de la fuerza física y las armas, sino que se refería también a una no violencia más profunda, que nace y se forja en el seno del individuo y trata de extenderse a todas las relaciones sociales. Pero también era un arma de lucha política muy eficaz y transformadora, que él supo usar como nadie, para infortunio de sus oponentes británicos.

Consecuente con su método, en el año 1922 detuvo un potente movimiento de desobediencia civil por el uso de una feroz violencia por parte de un grupo de manifestantes, en Chauri-Chaura, que acabó con la muerte de varios policías. Esa decisión, incomprendida por otros dirigentes, era una clara expresión de su coherencia pero también de su capacidad de liderazgo.

Otro aspecto fundamental de su legado es su contenido social. Aunque inicialmente postuló el autogobierno para la India –el swaraj– dentro del Imperio Británico, posteriormente asumió abiertamente la causa de la independencia, decepcionado por la actitud de los diversos gobiernos ingleses y sus siempre incumplidas promesas de reformas. Pero para él el autogobierno o la independencia sólo tenían sentido si eran útiles para acabar con las enormes desigualdades e injusticias en el subcontinente. Desde el inicio le preocupó la situación de los millones de pobres de la India. En uno de sus primeros discursos, tras su retorno, en la inauguración de la Universidad de Benarés (Varanasi), en febrero de 1916, escandalizó a las autoridades presentes y a algunas destacadas personalidades del movimiento nacionalista, al criticar abiertamente la ostentación y exhibición de joyas y riqueza en medio de la miseria en la cual vivían millones de indios. Algunos abandonaron la sala.

Esa preocupación y compromiso se profundizaron cada vez más y se extendió a denunciar y combatir abiertamente la intocabilidad, dentro del complejo sistema de castas, así como la situación de las mujeres y otros sectores sociales oprimidos. En ese sentido, Gandhi más que un nacionalista era un crítico social y un reformador que denunciaba y proponía alternativas, por discutibles que fueran, para combatir las enormes diferencias de riqueza, puesto que afirmaba que ésta debía estar al servicio del conjunto de la sociedad. En más de una ocasión se autodefinió como un revolucionario social.

Gandhi defendió también un diálogo auténtico entre las diferentes culturas y religiones que poblaban el subcontinente, rechazando cualquier sentimiento de superioridad por parte de ninguna de ellas. Luchó hasta el final de su vida a favor de la convivencia entre todas las comunidades: hindús, musulmanes, sijs, jainistas, cristianos, judíos…Todas debían tener cabida en una India independiente, en un estado democrático que respetara todas las creencias en pie de igualdad.

Queda todavía otro mensaje a destacar: Gandhi no disociaba el cambio social de la transformación individual. Es éste uno de los aspectos más difíciles de comprender para la mentalidad occidental y sin embargo es, a mi entender, uno de los mensajes más profundos de su legado. Él creía que no se podía cambiar la sociedad si paralelamente no se trabajaba también para mejorar al individuo, pero esa mejora debía nacer de la voluntad de la propia persona, no impuesta por el Estado. Y esa doble transformación, social e individual, no puede realizarse separadamente, o primero una y después la otra, sino de forma combinada, en la concepción gandhiana.

El 30 de enero de 1948 un fanático hinduista, NaturamGodse, acabó con su vida a los 78 años, interrumpiendo su incansable lucha, incluso después de la independencia, para construir una India que pudiese vivir en paz y más justa socialmente.


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