sábado, 1 de noviembre de 2014

Malala: de Nobel a primera ministra de Pakistán.

Autor: INEZ SARKODEE-ADOO

Conocí a Malala Yousafzai en octubre de 2012. Tenía 15 años y hacía poco que se había convertido en carne de titular a raíz de ser tiroteada por un talibán cuando viajaba en su autobús escolar. Rostro conocido en Pakistán por haber hecho campaña en favor de la educación de las niñas, alguien pronunció su nombre y le dispararon tres tiros. Dos semanas más tarde se despertó en Birmingham, tras haber sido trasladada a Gran Bretaña en estado crítico. Incapaz de hablar al principio, se comunicaba con los médicos mediante un cuaderno; después de un mes era capaz de mover la cara y sonreír.

Hoy, con 17 años y residiendo en Birmingham junto a sus padres y dos hermanos más jóvenes que ella, Malala se asombra de cómo ha cambiado su vida. Lanzada a la fama mundial, las campañas de la recién elegida premio Nobel de la Paz han encontrado apoyo en todo el mundo, desde Isabel II de Inglaterra a Angelina Jolie. En su decimosexto cumpleaños pronunció un discurso en Naciones Unidas en Nueva York, donde instó a los dirigentes a emprender la lucha contra el analfabetismo, la pobreza y el terrorismo en el mundo. Después viajó a Nigeria, donde emplazó al Gobierno a asumir la responsabilidad de recuperar a más de 200 colegialas secuestradas. En su libro 'Yo soy Malala' (Alianza), afirma: "Los talibanes me dispararon para silenciarme, pero hoy el mundo entero está escuchando mi mensaje".

Nos vemos en domingo porque está estudiando en estos momentos para obtener el Certificado General de Educación Secundaria. Le queda aún un año, pero sigue una regla muy estricta acerca de la asistencia a clase. "Solo faltaré a la escuela por un compromiso que suponga un cambio de verdad", explica. "Es la cuestión que me planteo ante cada solicitud y si la respuesta es afirmativa, digo: 'Vale, sacrifico un día lectivo por la educación de millones de niños que no van a la escuela'". Está decidida a aprobar con sobresaliente todas las asignaturas del curso que viene, antes de lanzarse a por las materias que dan acceso a la enseñanza superior. "Voy a elegir letras. Nada de ciencias", aclara.

"Me pone de mal humor la imagen de la mujer occidental. ¿Qué quieren decir las letras de las canciones pop, que estamos ahí solo para ser tratadas como objetos?"

Tengo curiosidad por saber si mantiene relación todavía con sus amigas de la infancia. "Nos conectamos por Skype a todas horas", me dice. "Simplemente hablamos de las cosas normales. A veces pienso, ¿de qué charlábamos antes? ¡De nada! ¡Y de todo! Es como una conversación que no se ha interrumpido nunca. Algo parecido a: '¿Qué es de esa otra chica?' A lo que me responden: '¡Ah, se ha casado!'. Ahora la mayoría de ellas están comprometidas".

¿Cómo te hace sentir eso? "La verdad es que me dan pena", responde. "Como tienen 17 o 18 años, la ley permite que contraigan matrimonio, pero yo les he ido advirtiendo de que deberían haber seguido con su educación. El problema es que las familias de sus maridos les dicen que podrán seguir estudiando aunque se casen. Sin embargo, en muchos casos lo prometen y después no les dejan hacerlo. Más tarde tienen un hijo, el niño crece, luego llega otro bebé..., y así". ¿Te gustaría formar una familia algún día?, le pregunto. Se echa a reír. "A lo mejor. ¡Pero todavía no!". Vivir en Reino Unido representó para ella todo un choque cultural. Para empezar estaba el clima, "frío, húmedo". Cuando empezó en la escuela la invadió el desconcierto: "Tienen laboratorios informáticos, de ciencias, libros bonitos, todo lo que puedas necesitar. ¡Internet!", explica entre risas. "Antes de venir aquí jamás en mi vida había buscado nada en Google".

Hay aspectos de la cultura occidental que le han resultado difíciles de aceptar. "Me pone un poco de mal humor la imagen de la mujer. Se me hace bastante cuesta arriba escuchar música pop. Con frecuencia no entiendo las letras pero, cuando me las traducen, pienso: '¿Qué quiere decir esta canción? ¿Que las mujeres están ahí solo para ser tratadas como objetos?'. Y la mayoría de las cantantes parecen haberlo aceptado. Claro, que tienen que representar un papel", mueve la cabeza. "Y los políticos, también".

Hablamos de la apatía que aparentemente sienten nuestros jóvenes por la política. "En todos los países se considera que es una pérdida de tiempo. La verdad es que a ninguno se le ocurre decir: '¡Eh, metámonos en política!'. Otra cosa es que vivas bajo una ley que vaya en contra de tus derechos. En ese caso es mucho más probable que estés interesado en cambiar las cosas".

"La mayoría de mis amigas de la infancia están casadas o comprometidas. Yo les he advertido de que deberían haber seguido con su educación. La verdad es que me dan pena"
¿Qué consejo darías a alguien que cree que se está produciendo una gran injusticia en su entorno pero no sabe por dónde empezar para que le escuchen? "Tienes a tu alcance las redes sociales. Utilízalas. Cuando estaba en Pakistán salía en televisión. A través de ella decíamos a los políticos que queríamos recibir la educación que nos correspondía y que lo que hacen los talibanes está mal. Ahora bien, es muy difícil hablar así cuando uno de estos radicales está apostado a las puertas de tu casa. Es bastante más fácil montar una protesta en Facebook".

Reconoce que si su voz se ha oído de forma universal ha sido porque la suya fue una experiencia extrema. Pero, afirma, "en estos momentos me escuchan y me apoyan de verdad. Aunque soy consciente de que eso podría cambiar. La respuesta quizá no sea la misma en cinco o 10 años. Así que no cuento con ello. Las cosas no suceden por sí solas". Su ambición es llegar a ser primera ministra de Pakistán. Como lo fuera Benazir Bhutto, asesinada en 2007, su ídolo. Cuando estaba en el hospital, los hijos de Bhutto fueron a visitarla y le regalaron dos de los chales de la difunta política. Malala llevó uno de ellos cuando pronunció su discurso en Naciones Unidas. ¿Te preocupa tu seguridad en caso de volver a tu país? "¡Podría ir ahora mismo!", sonríe. "Lo que ocurre es que quiero recibir una buena educación universitaria. Montones de políticos han estudiado en Oxford, como Benazir. Es la mejor arma".

A pesar de las amenazas de muerte de los talibanes (que ha sufrido también su padre, quien sigue dirigiendo una escuela en Swat, ciudad originaria de la familia, y que es agregado de Educación en el Reino Unido en representación del consulado de Pakistán en Birmingham), Malala asegura no estar preocupada por su seguridad en Inglaterra. "Aquí no se pueden comprar armas, eso es bueno. Otra cosa clave es que mi familia vive con normalidad. Si tienes a la policía todo el día delante de tu casa lo único que consigues es decirle al mundo entero: 'Este es nuestro hogar'. Y por último, la realidad es que algún día tenemos que morir, no se puede impedir".

Una vez al día se comunica por 'email' con el equipo que coordina su agenda y gestiona el Fondo Malala (malalafund.org ), y todas las semanas organiza conferencias telefónicas para hablar de las campañas. En la escuela ha tenido problemas para encajar, porque nunca ha sido completamente capaz de quitarse de encima la etiqueta de 'Malala, la niña a la que los talibanes pegaron un tiro en la cabeza'. "Hago todo lo que puedo por ser una estudiante normal. Pero, de repente, alguien me dice: '¡Te he visto en la tele!'. ¡Es duro!". Y ahora, con el Nobel de la Paz en su haber, mucho más. "Esto no es el final, sino el principio", afirmó al recibirlo, para pesadilla de quienes quisieran que estuviera muerta. "Quiero ver a todos los niños yendo al colegio y recibiendo educación", agregó. Conociéndola, probablemente lo consiga. Ojalá.


                                               

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