David Luna, es médico psiquiatra del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, da una mirada cercana a uno de los retos frente a las enfermedades mentales: la lucha en contra del estigma.
Las personas que padecen estos trastornos se enfrentan a la
exclusión social, discapacidad prematura y pérdida de años de vida saludable
Al menos uno de cada cuatro mexicanos ha padecido un
trastorno mental entre los 23 reconocidos por la Organización Mundial de la
Salud (OMS). Estas enfermedades contribuyen al 10% de los años perdidos de vida
saludable y más del 30% de los años vividos con discapacidad, según la Encuesta
Nacional de Enfermedades Psiquiátricas (ENEP). No obstante su prevalencia en la
población, los pacientes que sufren enfermedades mentales continúan siendo
objeto de estigma a diversos niveles sociales.
La palabra estigma proviene del latín stigma y a su vez del griego στιγμα (marca o señal en el cuerpo).
El paciente vive la enfermedad y actúa en consecuencia a
ello. Los pacientes con una enfermedad mental tienen una expectativa
generalizada de que la mayoría de la gente los devaluará y discriminará, según
Reymond Weinstein. Esto se llama estigma internalizado y fomenta las
expectativas de rechazo, muchas veces sintiéndose avergonzados de su propia
conducta, o también del hecho de tomar los medicamentos prescritos, lo cual
dificulta en muchos casos la aceptación y el apego al tratamiento.
Pero el estigma no sólo es algo que esperen los pacientes; el
estigma social es real y se presenta tanto entre las personas más cercanas, en
la sociedad en general e incluso en el sector médico.
En 1963, Irving Goffman definió el estigma como una
condición, atributo, rasgo o comportamiento que hace que su portador genere una
respuesta negativa y sea visto como culturalmente inaceptable o inferior.
Este trabajo fue criticado, dada la presunción de que el
estigma se encuentra completamente en el portador. Ya desde los tiempos de Goffman,
el concepto de estigma derivado del portador aplicaba a aquéllos individuos
dependientes al alcohol y otras drogas, a quienes habían cometido cualquier
clase de intento suicida, a homosexuales, desempleados, prisioneros, activistas
políticos radicales y a los individuos portadores de alguna enfermedad mental.
Es el mismo Goffman quien afirma que es a éstos individuos a
quienes se les ha adjudicado rasgos de carácter tales como voluntad débil,
pasiones antinaturales o deshonestidad, sin siquiera haber interactuado
mínimamente con ellos, ni haber realizado una evaluación formal de
personalidad.
En 1966, Thomas Scheff reconoció el contexto sociocultural
del estigma a través de una modificación de su labeling theory (teoría de las
etiquetas), enmarcándolo como un constructo social que refleja las relaciones
de poder operantes entre los diferentes niveles sociales. De ésta manera,
diversos grupos sociales poderosos pueden imponer etiquetas o estereotipos
negativos en aquéllos individuos o grupos considerados indeseables, a quienes
devalúan y discriminan de manera subsecuente.
La población ve a los individuos portadores de alguna
enfermedad mental como agresivos y peligrosos (hablando de pacientes con
esquizofrenia u otros padecimientos psicóticos), débiles e irresponsables
(hablando de pacientes deprimidos), viciosos u obstinados (hablando de
pacientes con trastornos adictivos). La población tiende a considerar como
deplorables estas conductas, debido a la incomprensión y desinformación de la
sociedad respecto a estos padecimientos.
En 1999, Bruce Link y Jo Phelan publican un estudio según el
cual a los hombres se les estigmatiza más que a las mujeres, y entre estratos
sociales más bajos hay mayores posibilidades de que el enfermo sea excluido de
la comunidad.
Asimismo, la hospitalización psiquiátrica es más
estigmatizante que un tratamiento ambulatorio según el libro Estigma y
enfermedad mental, publicado en 1992; además de que el estigma en los
trastornos mentales graves depende del tipo de diagnóstico, duración y
funcionalidad.
La prevalencia en
México
En México, cuatro de las 10 enfermedades más incapacitantes
en el país son neuropsiquiátricas: la esquizofrenia, depresión, trastorno
obsesivo-compulsivo y dependencia al alcohol de acuerdo a un estudio elaborado
en 1999 por Julio Frenk y colaboradores.
El 28.6% de la población mexicana presentó alguno de los 23
trastornos de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) alguna vez
en su vida, el 13.9% lo reportó en los últimos 12 meses y el 5.8% en los últimos
30 días; siendo más frecuentes los trastornos ansiosos (14.3%), seguidos por
los trastornos de uso de sustancias (9.2%) y los trastornos afectivos (9.1%),
según los datos más recientes, de la Encuesta Nacional de Enfermedades
Psiquiátricas (ENEP), llevada a cabo en 2001 y 2002.
Un ejemplo muy concreto de la discapacidad generada por las
enfermedades mentales, al hablar de trastornos afectivos, es la depresión. Se
estima que en 2020 este padecimiento será la segunda causa de años de vida
saludable perdidos a escala mundial y la primera en países desarrollados, según
la OMS.
En México, el 3.3% de los individuos encuestados había
experimentado un episodio depresivo mayor alguna vez en su vida, el 1.5% lo
reportó en los últimos 12 meses y el 0.6% en los últimos 30 días previos, según
la ENEP.
¿Por qué son importantes estos datos hablando de depresión?
La prevalencia de la enfermedad es moderada, pero su costo es alto. Los
investigadores Cruz y Palma, al estudiar a un grupo de pacientes deprimidos del
Instituto Nacional de Psiquiatría, en México, 2011, concluyeron que:
a) La depresión se encuentra dentro de las principales causas
de incapacidad.
b) Se pierden alrededor de 11.22 días en el último mes en
relación a actividades del hogar, y 12.02 días en el último mes para las
actividades laborales; a lo cual se le puede sumar que
c) se pierde aproximadamente un mes (38.43 días) al año para
recibir la atención psiquiátrica solamente;
d) el costo anual de la depresión fue de $1,606 dólares
anuales,
e) el de una hospitalización (promedio 30 días) fue de $3,648
dólares (siendo ésta la intervención más cara); y que
f) aproximadamente el 20% de los gastos catastróficos se debe
al gasto de los pacientes en los medicamentos.
El costo de la enfermedad mental es muy alto, no sólo en el
gasto diario de los pacientes, sino también en el gasto público.
Habría que pensar si es o no estigma social el hecho de que
un sistema gubernamental omita o ignore el grado de discapacidad que un
padecimiento de este tipo puede llegar a generar; el impacto negativo sobre la
población en diversas esferas como la personal, familiar y laboral, y su
traducción en el funcionamiento social; el grave hueco que una enfermedad
incapacitante puede llegar a generar en la población económicamente activa, no
sólo hablando de productividad laboral, sino también de la repercusión en el
ingreso familiar.
Se debe informar de manera adecuada sobre las enfermedades
mentales; impulsar programas para el desarrollo integral de los individuos;
orientar a la población en relación a la búsqueda de servicios de salud mental
para la atención de estas enfermedades; aumentar, distribuir y descentralizar
los recursos humanos e infraestructura de los servicios de salud mental; y en
términos generales, ampliar los programas de prevención, atención y
rehabilitación de los padecimientos mentales a través de sus principales
programas de seguridad social (IMSS, ISSSTE, Seguro Popular).
El último sector social generador de estigma hacia la
enfermedad mental es el médico. El daño médico puede ser generado tanto por
acción como por omisión, y el descuido, ignorancia y rechazo a la atención a
pacientes con alguna enfermedad mental también puede ser catalogado como
iatrogénico (dañino).
El estudio de la salud mental es una dimensión de enormes
proporciones, que hace referencia no sólo a la conducta de los individuos, sino
también a su pensamiento, y esto último incluye las emociones, los deseos, las
fantasías, las inquietudes, las preocupaciones que cada individuo alberga,
además del ambiente sociocultural en el que se desarrolla.
Al ser los médicos de todas las áreas profesionistas que
estamos en contacto directo con las personas, para la búsqueda de la
explicación de una enfermedad, su tratamiento curativo o bien su control, no
debemos perder de vista que todo el tiempo estamos en contacto con el dolor del
paciente, ya sea físico o emocional.
Las Universidades que manejan programas escolarizados de
Medicina y los diversos hospitales que manejan los programas de Residencias
Médicas, deben responsabilizarse no sólo por sensibilizar a sus estudiantes
respecto al trato de los pacientes, además deben fomentar el reconocimiento de
las principales enfermedades psiquiátricas, ya que éstas, por su incomprensión
general y desconocimiento de causalidad, quedan delegadas.
Esto puede mejorar la atención de los pacientes, puede ayudar
al diagnóstico temprano de estas enfermedades, disminuir el rechazo de los
médicos a la atención de pacientes psiquiátricos que buscan atención en
cualquier otra área médica y facilitar la adecuada canalización o referencia de
cualquier paciente hacia diversos servicios de Psicología, Psiquiatría o Salud
Mental en general.
La disminución del estigma alrededor del paciente con
enfermedad mental puede promover que éstos sean atendidos de manera más
temprana, mejorar sus redes de apoyo, determinar una la evolución y pronóstico
favorables, y como meta última, que los individuos se reintegren lo más pronto
posible y de la mejor manera, al pleno ejercicio de su actividad social.
Fuente: mexico.cnn.com
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