Autor: Mariló Hidalgo
Biólogos, psiquiatras, sociólogos
y antropólogos buscan el origen de los comportamientos violentos. ¿Somos más
violentos ahora que en la antigüedad? ¿Nos encontramos ante un fenómeno
creciente? ¿Podremos, gracias a los avances científicos, conocer la semilla de
la violencia, y por lo tanto su curación?
Éstas y otras preguntas flotan en
el ambiente a la luz de los brutales acontecimientos que se suceden cada día.
Medir la violencia que se genera en nuestro entorno es algo casi imposible. Las
cifras que encontramos se extraen sumando los asesinatos, malos tratos,
violaciones, que tienen lugar cada año en un país
¿Somos más violentos ahora que antes?
En este caso dicen que cualquier
tiempo pasado fue peor. Que antaño las guerras se declaraban casi sin razón,
que el valor de la vida humana era insignificante y que el patriarcado dominaba
la sociedad y consideraba a la mujer y a los hijos como una propiedad. En la
actualidad no sabemos si existen más o menos conflictos que antes, pero lo
cierto es que son más cruentos.
Desde la posguerra de 1945
-señala Manu Leguineche en su libro "Los ángeles perdidos"- al menos
20 millones de personas han muerto en más de cien conflictos y setenta millones
han resultado heridas.
Antes, las mujeres, los ancianos
y los niños estaban al margen de las guerras que se decidían principalmente
entre soldados. Hoy, por cada militar caído en el campo de batalla, han
fallecido veinte civiles. Las mujeres y los niños se han convertido en las principales
víctimas. Tal es así que la violación de mujeres por parte de las Fuerzas
Armadas -como ocurrió en Kosovo- es empleada como arma de guerra e instrumento
de terror. En la actualidad, este tipo de violencia es considerada como
"crimen contra la humanidad" por parte del Tribunal Penal
Internacional que ya ha emitido sus primeras sentencias en este sentido.
Por otro lado, a pesar de la
famosa liberación de la mujer, muchos hombres no pueden soportar que ella salga
a trabajar fuera de casa, gane un sueldo, tenga sus compañeros o amigos y
piense por su cuenta. Contra eso emplea la violencia. A veces con resultado de
muerte. De acuerdo a la OMS, 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo ha
sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja o violencia sexual
por parte de una persona distinta a la pareja.
Dos mil millones de niños pueblan
hoy nuestro planeta. Dos mil millones de niños que son víctimas también del
horror y la violencia: más de un millón de menores cae cada año en las redes de
la prostitución. La FAO (Organización para la Alimentación y la Cultura)
confirma que más de 570.000 niños han muerto como consecuencia de las sanciones
impuestas a Irak. El infanticidio de niñas continúa imparable en la India: su
único delito es haber nacido mujeres. 250 millones de niños son obligados a
esclavizarse en todo el mundo
¿La violencia es innata al hombre?
“El agresivo nace, el violento se
hace" asesta José Sanmartín, catedrático de la Universidad de Valencia,
director del Centro Reina Sofía para el estudio de la violencia y autor del
libro "La violencia y sus claves". Este profesor, que ha realizado
varios trabajos sobre el tema, asegura que "nuestra agresividad es un
rasgo en el sentido biológico del término; es una nota evolutivamente adquirida,
mientras que la violencia es una nota específicamente humana que suele
traducirse en acciones intencionales que tienden a causar daño a otros seres
humanos".
Agresividad y violencia, por
tanto, no son la misma cosa. La primera forma parte de nuestra esencia animal.
Somos agresivos por naturaleza, por instinto de supervivencia frente a un
entorno hostil, de la misma forma en que son agresivos el resto de los
animales. La diferencia es que mientras ellos no llegan a causarse la muerte,
el ser humano llega a disfrutar con ella. Un ejemplo lo tenemos cuando pelean
dos lobos. En el momento en que está definido el combate y surge el vencedor,
éste orina sobre su adversario, que deja la yugular a su disposición en señal
de sometimiento. Y ahí cesa todo. Nunca llega la sangre al río, como
popularmente se dice.
En el caso del hombre es
distinto. La agresividad se convierte en violencia y se ejerce hasta las
últimas consecuencias, con resultado de muerte o con presencia de sangre para
sentirse superior ante una determinada situación. La compasión por el que está
al otro lado es nula.
Entonces, ¿qué es la violencia?
¿De dónde surge? La violencia es
producto de la evolución cultural, por tanto es suficiente cambiar los aspectos
culturales que la motivan para que ésta no se produzca. Explican los expertos
que la violencia nace a partir de la separación del hombre de su entorno
natural. En los primeros tiempos, el ser humano se regía por el mismo código de
conducta que los animales. Era básicamente instintivo y por lo tanto utilizaba
la agresividad para poder subsistir y procrear. Su agresividad no dañaba al
grupo. Hoy, por encima de la naturaleza, el hombre ha construido un entorno
artificial con sus propios valores y su propia cultura que le exige
determinadas respuestas que le obligan constantemente a adaptarse a lo nuevo.
Esta situación creada artificialmente la controla con dificultad y en ocasiones
le genera violencia.
Hoy, el mito de la herencia
genética está totalmente desmontado. No existe un gen de la violencia: "Los
genes pueden influir en el comportamiento violento como influyen en todo lo que
hacemos y todo lo que somos, pero en ningún momento determinan que un individuo
vaya a ser violento sin ninguna solución", explica Manuela Martínez Ortiz,
doctora en medicina del Departamento de Psicobiología y Psicología Social de la
Universidad de Valencia.
Según un estudio realizado por
científicos de la Universidad de Wisconsin (EEUU) que aparece publicado en la
revista Science, "el cerebro humano está conectado con revisores y
equilibradores naturales que controlan las emociones negativas, pero ciertas
desconexiones en estos sistemas reguladores parecen aumentar notablemente el
riesgo de un comportamiento violento impulsivo". Está comprobado que este
tipo de actuaciones están relacionadas con una sustancia del cerebro denominada
serotonina, sustancia que en estos individuos parece estar disminuida.
Actualmente, para contrarrestar
la falta de esta sustancia se administran fármacos que aumentan la serotonina
en estas personas con falta de autocontrol, aunque se han detectado también
efectos secundarios. Los especialistas en la materia no creen que se lleguen a
realizar manipulaciones genéticas, porque de lo que se trata es de sustituir la
sustancia que debe generar ese gen para que la química del cerebro sea la más
adecuada, no de cambiar el gen en sí mismo.
La violencia -insisten en
señalar- no es una enfermedad, así que no se la puede tratar como tal. La
solución vendría de la mano de la cultura, de la educación.
¿Existe un antídoto contra la violencia?
Desgraciadamente las causas que
generan esta violencia son muy variadas: familia, medios de comunicación,
educación, entorno, nivel social. Nada puede eliminar de un plumazo el
problema, aunque los expertos sí coinciden en señalar la importancia de una
educación en la infancia.
"Tras el ejército en tiempos
de guerra, la familia es la institución que incluye mayores dosis de violencia
contra los niños en la sociedad contemporánea", asegura el doctor Ignacio
Gómez de Terreros, jefe del Servicio de Pediatría del Hospital Virgen del Rocío
de Sevilla.
Así surge la gran paradoja: la
misma estructura que la sociedad ha diseñado para crear un clima cálido,
protector, que estimule al individuo, se convierte en un uno de los lugares donde
se producen el mayor número de actuaciones violentas que en muy pocas ocasiones
son conocidas fuera de la estructura familiar.
La privacidad e intimidad. La
organización patriarcal donde la mujer es propiedad del marido y donde ambos
ejercen dominio sobre los hijos. El empleo del castigo como medio corrector,
que en ocasiones incluye la agresión como parte lógica de la educación de los
niños e incluso de la mujer, que siempre es considerada como inferior. La
ignorancia de las auténticas necesidades de los componentes de esa familia...
Todo ello obliga a revisar la organización de la familia y las opciones que en
estos momentos brinda a un adolescente que debe de estructurarse como persona.
Eso piensan algunos educadores:
"la violencia -explica el psiquiatra Rojas Marcos en "La semilla de
la violencia"- se aprende en los primeros años de vida. Los
comportamientos agresivos se fomentan a través de mensajes tangibles y
simbólicos que sistemáticamente reciben los niños de los adultos, del medio social
y de la cultura. La experiencia que más predispone al ser humano a recurrir a
la fuerza bruta y despiadada para aliviar sus frustraciones o resolver
situaciones conflictivas, es haber sido objeto o testigo de actos de agresión
maligna repetidamente durante la niñez".
Para contrarrestar los actos de
violencia hace falta una educación para la paz efectiva, que debe partir del
núcleo familiar y educativo. El fomento del diálogo y la comunicación. Las
muestras de cariño y comprensión por parte de los padres. El análisis de las
fórmulas que se emplean para educar en la disciplina. El conseguir que el
núcleo de convivencia no se convierta en el lugar donde los de siempre tienen
los derechos -los padres, por lo general- y otros tienen los deberes -los
hijos-. Y sobre todo, descubrir que en la palabra se encuentra la baza del
entendimiento entre las distintas generaciones, distintas razas, distintos
pensamientos, son cuestiones que sin duda ayudarán a esa Educación para la Paz.
Como decía Víctor Hugo, "no
hay malas hierbas, ni hombres malos, sino malos cultivadores".